Limpiando lo que no llegó a explotar
Como consecuencia de los conflictos bélicos de los años sesenta y setenta, Laos se convirtió en uno de los países más bombardeados del mundo, testigo de más de 580.000 misiones aéreas. Treinta años después, su gobierno se ha marcado el objetivo de retirar en diez años las minas y obuses de artillería sin detonar en 18.000 hectáreas de terreno. Una complejísima misión para el que está considerado como uno de los países menos desarrollados del mundo.
Durante los años de guerra, fueron muchas las ciudades arrasadas, entre ellas Mahaxai, una pequeña localidad situada a 400 km del sur de Vientiane, capital de Laos, al este del río Mekong, en el interior del país.
“Los bombardeos fueron tan terribles que la gente abandonó el pueblo”, recuerda un anciano del lugar. “Nos escondimos en las cuevas de las montañas cercanas. Éramos unas 40 familias. Sólo dejábamos nuestro refugio por la noche, y únicamente cuando había luna llena, para tratar de cuidar lo que quedaba de nuestras tierras. Pero ni siquiera aquello era seguro. Había bombas por todas partes”.
El esqueleto ennegrecido de lo que alguna vez debió ser una gran casa nos recuerda que este pueblo padeció casi una década de destrucción a finales de los 70. Su armazón de hormigón está doblado y retorcido. Los cráteres forman grandes cicatrices a su alrededor.
Khoun Souk, un estudiante de trece años, se sienta con sus compañeros en la boca de uno de los cráteres, de casi dos metros de diámetro, que se encuentra en uno de los márgenes del campo de fútbol de la escuela. Los cráteres son una buena señal. Indican que las piezas de artillera han explosionado.
“No tenemos informes de que se hayan encontrado bombas aquí, pero con el tiempo terminan saliendo a la superficie y es entonces cuando representan el verdadero peligro”, advierte el experto británico en munición Paul Stanford cuya organización Phoenix Clearance lleva a cabo la peligrosa misión de retirar y destruir el material de guerra que permanece sin detonar de este campo de juego. “Cuando hayamos terminado aquí, el campo de fútbol parecerá el escenario de una batalla. Pero los niños y sus familias tendrán la certeza de que esta zona es segura”, afirma.
El equipo de Stanford desarrolla esta operación en Mahaxai como parte de un amplísimo programa de limpieza financiado por Land Rover para el G4 Challenge. Pero el trabajo de retirada de material bélico que Phoenix lleva a cabo en representación de Land Rover no se reduce a los pueblos sino que abarca todas las de zonas remotas de Laos en las que se desarrollará la competición entre los meses de abril y mayo.
Durante las dos primeras semanas del Land Rover G4 Challenge, 18 competidores procedentes de todo el mundo recorrerán Laos a bordo de vehículos Land Rover, kayaks, bicicletas de montaña o a pie. Competirán, en una aventura deportiva caracterizada por el esfuerzo físico, el ingenio y la conducción todoterreno. El asombroso paisaje natural de las montañas Limestone de Laos, su densa selva y el caudaloso río Mekong proporcionarán un emplazamiento espectacular al Challenge mientras que sus pequeños y aislados pueblos ofrecerán una experiencia cultural incomparable.
A lo largo de este paisaje exuberante, con sus pueblos y arrozales, el equipo de Phoenix ha dedicado varios meses a inspeccionar minuciosamente y despejar, cuando ha sido necesario, los campamentos y áreas en las que se desarrollará la competición. Las zonas supervisadas han recibido la clasificación de seguras, lo que representa una valiosa contribución al objetivo del gobierno. Y finalmente, cuando los competidores del Land Rover G4 Challenge y todo el personal de apoyo lleguen a Laos el 20 de abril, Stanford y su equipo les comunicarán las últimas instrucciones sobre los protocolos y precauciones que han de adoptar en las zonas de riesgo.
“No podemos permitir que los competidores deambulen libremente ni que, por supuesto, caven agujeros”, señala Stanford. “No puedes clavar una pala en ningún terreno de Laos salvo que tengas la seguridad de que es seguro. Las hogueras son impensables. Son muchas las historias que se cuentan sobre bombas que han explotado al realizar un fuego de campamento. Pero esto no es como Camboya, donde las minas son el principal problema. En Laos, puedes estar conduciendo sobre bombas enterradas sin que éstas explosionen”.
La limpieza del campo del fútbol de la escuela beneficiará al pueblo que albergará al Land Rover G4 Challenge durante un día. Sin la aportación de Land Rover, este campo seguiría siendo, tan sólo, una de las muchas áreas que permanecen sin limpiar y que cada día llenan de temor e incertidumbre a niños y padres.
Los zapadores exploran el campo metódicamente utilizando gigantescos detectores de metal de color azul. Cada vez que suena un pitido, el equipo señala el terreno con una estaca de madera antes de llevar a cabo una inspección más minuciosa con un detector de mayor alcance.
Durante la operación de limpieza del campo de fútbol, el detector de profundidad emite una serie de señales acústicas como chillidos y zumbidos. Un operario experimentado puede reconocer por el sonido no sólo el tamaño del objeto sino también su forma.
Un zapador laosiano, arrodillado sobre el suelo, araña la tierra quemada por el sol con una pala de largo mango. En la distancia, un gallo y el lamento de un serrucho de cadena compiten por hacerse oír. Pero es el silencio lo que rodea el campo de fútbol. Después de cinco minutos, el soldado alza la mano. El muchacho, inexperto, no sabe si tirarse al suelo o suspirar de alivio. Pero Stanford camina decididamente hacia el agujero indicando que todo está bien. “Sólo es un trozo de chatarra”, señala, “pero podría no haber sido así.
Seguiremos limpiando hasta que estemos completamente seguros de que sólo es chatarra y no bombas lo que hay bajo este campo de fútbol”.
Durante los años de guerra, fueron muchas las ciudades arrasadas, entre ellas Mahaxai, una pequeña localidad situada a 400 km del sur de Vientiane, capital de Laos, al este del río Mekong, en el interior del país.
“Los bombardeos fueron tan terribles que la gente abandonó el pueblo”, recuerda un anciano del lugar. “Nos escondimos en las cuevas de las montañas cercanas. Éramos unas 40 familias. Sólo dejábamos nuestro refugio por la noche, y únicamente cuando había luna llena, para tratar de cuidar lo que quedaba de nuestras tierras. Pero ni siquiera aquello era seguro. Había bombas por todas partes”.
El esqueleto ennegrecido de lo que alguna vez debió ser una gran casa nos recuerda que este pueblo padeció casi una década de destrucción a finales de los 70. Su armazón de hormigón está doblado y retorcido. Los cráteres forman grandes cicatrices a su alrededor.
Khoun Souk, un estudiante de trece años, se sienta con sus compañeros en la boca de uno de los cráteres, de casi dos metros de diámetro, que se encuentra en uno de los márgenes del campo de fútbol de la escuela. Los cráteres son una buena señal. Indican que las piezas de artillera han explosionado.
“No tenemos informes de que se hayan encontrado bombas aquí, pero con el tiempo terminan saliendo a la superficie y es entonces cuando representan el verdadero peligro”, advierte el experto británico en munición Paul Stanford cuya organización Phoenix Clearance lleva a cabo la peligrosa misión de retirar y destruir el material de guerra que permanece sin detonar de este campo de juego. “Cuando hayamos terminado aquí, el campo de fútbol parecerá el escenario de una batalla. Pero los niños y sus familias tendrán la certeza de que esta zona es segura”, afirma.
El equipo de Stanford desarrolla esta operación en Mahaxai como parte de un amplísimo programa de limpieza financiado por Land Rover para el G4 Challenge. Pero el trabajo de retirada de material bélico que Phoenix lleva a cabo en representación de Land Rover no se reduce a los pueblos sino que abarca todas las de zonas remotas de Laos en las que se desarrollará la competición entre los meses de abril y mayo.
Durante las dos primeras semanas del Land Rover G4 Challenge, 18 competidores procedentes de todo el mundo recorrerán Laos a bordo de vehículos Land Rover, kayaks, bicicletas de montaña o a pie. Competirán, en una aventura deportiva caracterizada por el esfuerzo físico, el ingenio y la conducción todoterreno. El asombroso paisaje natural de las montañas Limestone de Laos, su densa selva y el caudaloso río Mekong proporcionarán un emplazamiento espectacular al Challenge mientras que sus pequeños y aislados pueblos ofrecerán una experiencia cultural incomparable.
A lo largo de este paisaje exuberante, con sus pueblos y arrozales, el equipo de Phoenix ha dedicado varios meses a inspeccionar minuciosamente y despejar, cuando ha sido necesario, los campamentos y áreas en las que se desarrollará la competición. Las zonas supervisadas han recibido la clasificación de seguras, lo que representa una valiosa contribución al objetivo del gobierno. Y finalmente, cuando los competidores del Land Rover G4 Challenge y todo el personal de apoyo lleguen a Laos el 20 de abril, Stanford y su equipo les comunicarán las últimas instrucciones sobre los protocolos y precauciones que han de adoptar en las zonas de riesgo.
“No podemos permitir que los competidores deambulen libremente ni que, por supuesto, caven agujeros”, señala Stanford. “No puedes clavar una pala en ningún terreno de Laos salvo que tengas la seguridad de que es seguro. Las hogueras son impensables. Son muchas las historias que se cuentan sobre bombas que han explotado al realizar un fuego de campamento. Pero esto no es como Camboya, donde las minas son el principal problema. En Laos, puedes estar conduciendo sobre bombas enterradas sin que éstas explosionen”.
La limpieza del campo del fútbol de la escuela beneficiará al pueblo que albergará al Land Rover G4 Challenge durante un día. Sin la aportación de Land Rover, este campo seguiría siendo, tan sólo, una de las muchas áreas que permanecen sin limpiar y que cada día llenan de temor e incertidumbre a niños y padres.
Los zapadores exploran el campo metódicamente utilizando gigantescos detectores de metal de color azul. Cada vez que suena un pitido, el equipo señala el terreno con una estaca de madera antes de llevar a cabo una inspección más minuciosa con un detector de mayor alcance.
Durante la operación de limpieza del campo de fútbol, el detector de profundidad emite una serie de señales acústicas como chillidos y zumbidos. Un operario experimentado puede reconocer por el sonido no sólo el tamaño del objeto sino también su forma.
Un zapador laosiano, arrodillado sobre el suelo, araña la tierra quemada por el sol con una pala de largo mango. En la distancia, un gallo y el lamento de un serrucho de cadena compiten por hacerse oír. Pero es el silencio lo que rodea el campo de fútbol. Después de cinco minutos, el soldado alza la mano. El muchacho, inexperto, no sabe si tirarse al suelo o suspirar de alivio. Pero Stanford camina decididamente hacia el agujero indicando que todo está bien. “Sólo es un trozo de chatarra”, señala, “pero podría no haber sido así.
Seguiremos limpiando hasta que estemos completamente seguros de que sólo es chatarra y no bombas lo que hay bajo este campo de fútbol”.
Jeremy Hart